miércoles, 13 de julio de 2011

"Cuentos de hadas"

Los nietos, me atrevo a asegurar que cuando llegan, ¡son como invasión en nuestras vidas! Y, como el agua, se van escurriendo y trasminando a cada espacio de nuestra existencia, a veces despacito y otras como una tsunami que todo arrasa a su paso.
Así, el ritmo de nuestras rutinas se ve alterado y no hay forma de que retomen su original fisonomía, ni siquiera, cuando se ausentan. Los recuerdos, las anécdotas y memorias que siembran a su paso son indestructibles y echan raíz en el corazón de los abuelos como una hermosa hiedra.
Según su estilo, entran de puntitas o como estampida y, en el caso de mi pequeña nieta, la segunda opción es casi una definición. ¿Cómo detener la avanzada de una chiquitina con la determinación de David y la ternura de una mariposa?
Sí, así es mi nieta. Bella, impetuosa, seductora y muy, muy femenina. Aceptando lo innegable, eché mano de la sabiduría popular que dice: “Si no puedes contra ello, únete”.
Ayer, decida a cautivar su atención, Gramma (o sea, yo) la invitó a una tarde de belleza entre chicas. Con un público bien armado que incluía a Bisi (mi mami), a mami, a Gramma y hasta la nana, la especialista de la estética de belleza ya la esperaba para la cita concertada.
Con su natural seguridad, eligió los esmaltes: lila con destellos plateados para las uñas de las manos y rojo para los pies. En los minutos de espera para tomar su turno, observó los movimientos de Bisi para cuidar las uñas mientras se secaban y, sin perder detalle, los memorizó.
El episodio cúspide del día inició. La joven experta confirmó la selección de los barnices y, con la precisión de un cirujano, comenzó la  aplicación en las diminutas uñas. Mi niña, con gran propiedad, atendió dócilmente a cada instrucción para facilitar la maniobra. ¡Parecía una veterana en el asunto! Agitando lentamente, una y otra manita, y deteniéndose para soplar sobre las uñas, esperó el turno de sus piecitos.
Con los deditos entrelazados a una tirita de papel, miró como aparecían motitas coloradas en las uñitas de sus pies. Finalmente, entusiasmada, vio la transformación de su cabello que, con maestría, la mujer arregló en 9 coletillas rizadas y un flequillo.
Me pregunto al verla, ¿Cenicienta habrá sentido el mismo éxtasis y felicidad que mi nieta, cuando la varita mágica del hada transformó sus andrajos en el vestido azul? Honestamente, ¡lo dudo!
Bella, por dentro y por fuera, mi nietecita sonrió sublimada.
Me gusta, de vez en vez, batir mi varita mágica y disfrutar de la risa encantadora de mi nieta.

jueves, 7 de julio de 2011

"Acompañar"

Tus ojos grandes se abrieron aún más y pude escuchar como tu respiración se agitó. . .
Creo que había olvidado lo que significa tener el corazón inocente y sensible.
A lo largo de la película, tus preguntas no dejaban de surgir en tu intento por comprender: ¿Por qué la mujer quiere ser la más hermosa? ¿Por qué el espejo le dijo dónde estaba Blanca Nieves? ¿Para qué se hizo fea si era bonita la reina? ¿Por qué Gruñón se enoja tanto? ¿Por qué no quiere la reina a Blanca Nieves si limpia la casa de los enanos?
¡Inocencia, divino tesoro! ¿Cómo hablarte de la envidia y la maldad a tus cinco años, mi niño? ¿Acaso podrías entender las pasiones perversas que encierra el corazón humano? ¿Podré responder con honestidad, algún día, sin sembrar temor y resentimiento contra la humanidad?
La escena final captó tus emociones y tus ojitos, muy abiertos, se humedecieron. La maldad, ante tus propios ojos, había vencido a la inocente Blanca Nieves y jalaste aire para atreverte a continuar. Con una rápida mirada buscaste mi apoyo.
“¿Quieres sentarte sobre mis piernas, mi cielo?”, te pregunté y, sin recibir respuesta, te vi mudarte rápidamente a mi regazo y te apretaste contra mi pecho. Mis brazos te acunaron y tu corazoncito me confirmó que el dolor de aquellos 7 hombrecitos lo estaba estrujando, también.
“Espera al final, mi niño, todo va a estar bien”, te susurré al oído. Tu cabecita asintió pero tu mirada no dejó de ver a la pantalla. Te removiste para quedar más adentro de mi abrazo como protegiéndote en una madriguera.
Afortunadamente, el príncipe apareció y anticipándote, levantaste tu carita para sonreírme. Comenzaste a creerme y tu espaldita se relajó. Ambos sonreímos cuando Feliz descubrió que Blanca Nieves se estiraba despertando del letal sueño. El final feliz llegó y, nuevamente, respiraste en paz.
Pienso en ti, nieto de mi alma y las alas de mi corazón se agitan buscando abrigarte. Pero, no me engaño. Hoy tienes cinco años y aún buscas refugio entre mis brazos. Escuchas mis palabras que te develan un buen final y las crees. Surgen dudas y esperas mis respuestas.
Llegará el día en que tus preguntas surgirán de tu propia vida y la maldad de la gente será real. Y sé que, tal vez, ya no podré asegurarte un buen augurio pues no podré hacer más que, como hoy. . . acompañarte.

domingo, 26 de junio de 2011

"Rituales"

Por mucho, los niños siguen siendo los mejores maestros. La escena entre mis nietos fue un claro ejemplo de que, la autenticidad y la inocencia, son dos cualidades que deberíamos conservar.
Tras un incidente en el que mi nieta lastimó a su hermanito, su mami entró al conflicto para dar un mejor cauce y solución. El niño, aún dolido, acusaba a la pequeña agresora exigiendo justicia. Y, para mi sorpresa, mi hija intervino, no para dar sentencia sino para enseñar a los niños a restaurar la relación momentáneamente fracturada.
-¡Es que me lastimó!- reclamó el pequeño.
-¿Fue a propósito?- preguntó la mami.
La cabecita de ambos negó, aunque sus caritas mostraban aún descontento.
-¿Qué se hace cuando sin querer lastimamos a otro, nena?- volvió a preguntar mamá.
-Hermanito, discúlpame- dijo la chiquilla con su lengüita de trapo.
Mi nieto, ya más sereno, la escuchó aunque sus ojitos aún veían a la hermana con algo de resentimiento.
-¿Qué contestas, hijo?
-Te disculpo, hermanita- respondió mi nieto.
Y, concluido el intercambio, mi pequeñita se acercó y abrazó a su hermanito por la cintura.
La bisabuela, la tía abuela y yo, a coro, soltamos frases alabando la ternura de la escena hasta que fuimos interrumpidas por mi hija.
-Ahora salió todo bien pero, hace unos días, la respuesta a la solicitud de ser disculpado fue “no”- nos relató.
-¿Y luego?- preguntamos sorprendidas.
-Pues, ¡Ups!- respondió,- tuve que respetar que no quería hacerlo aún.
Todo el pasaje y la anécdota me dejaron pensando y concluí que, aunque puede resultar más fácil presionar a los pequeños para que aprendan “el ritual del perdón”, la consecuencia podría resultar en el fatal olvido del perdón genuino. Porque, ¿cuántos valores habrá perecido bajo la guillotina de los ritos y rituales?

miércoles, 8 de junio de 2011

"Tornados"

 La impotencia es uno de los sentimientos que me generan, tal vez, la mayor gama de emociones y muchas de ellas, pueden llevarme al extremo de paralizarme o cegarme impidiéndome ver más allá de la circunstancia.
¿Qué pensarían mis dos pequeños nietos si me vieran cerrar la puerta de la regadera para resguardar al mundo de mis alaridos de rabia y mi llanto de frustración? Probablemente no comprenderían que, Gramma, también puede sentirse atrapada y enojada. Tal vez por eso que me alejo de ellos cuando estoy en medio de un tornado emocional aunque, hoy descubrí, tal vez no sea el mejor remedio.
Después de vivir una mañana en donde saltaba de malas noticias a intentos fallidos para resolver situaciones, a mitad del día, me encontré con mis nietos. Las manitas agitándose a través de la ventana de la camioneta para hacerme notar su llegada, más que un saludo, parecían moverse para despejar la nube de pesadumbre que llevaba instalada sobre mi cabeza.
Cuando mi nieta sonrió marcándose dos hoyuelos en sus mejillas, pude sentir como el sol lograba traspasar la barrera de malestar que envolvía mi corazón. Y la voz de mi nieto anunciándome sus planes fue como el repique de suaves campanitas llamando al amanecer. ¿Dónde pueden esconder esas dos personitas tanta luz y alegría?
En cuanto desaparecieron para ir a sus clases y actividades, la cortina del desasosiego volvió a desplegarse y la tarde sólo se me antojaba en solitario. ¿Quién quiere estar junto a un corazón apesadumbrado? Pero, para variar, los planes siguieron el rumbo que marcaron dos pares de piecitos y, sin darme cuenta, cada una de mis manos fue secuestrada por una manita a cada lado, decididas a tomar el control del día.
Unos minutos bastaron para que, tumbados los tres sobre la hamaca, contempláramos las formas de las nubes, cantáramos nuestras canciones favoritas y nos riéramos al sonar del tambor en que los chiquitines convirtieron mi barriga. Juguitos, chocolates y carcajadas acompañaron nuestro atardecer. Una clase de baile saltando a ritmo de “La Yenka”, el estreno del set de jardín de “Toy Story” y más cantos apresuraron el paso de los minutos. Tarea, juegos de tina con burbujas, merienditas y, por supuesto, más sesiones de canto, llegaron al final del día.
La despedida, después de orar juntos para dar gracias a Dios, nos dejó a todos convencidos de que había sido un día maravilloso.
Como en muchos lugares, es tiempo de tornados. Hoy pasó uno por mi casa, la Toscana dejando juguetes, envolturas de dulces, papeles recortados y toallas húmedas regados por doquier. Miro mi pequeño desastre convencida de que, no hay mejor remedio para el mal en el mundo que la inocencia de un par de niños, mis nietos.
Y, ¿qué pasó con el mal día? No lo sé, creo que también ¡se lo llevó el tornado!

domingo, 5 de junio de 2011

"Espera"

¿Cómo enseñar lo que tanto me cuesta? A pesar de que al paso de los años he aprendido lo importante de aprender a esperar, confieso, ¡aún me pesa! Pero escenas como la de hoy me alientan, no sólo a practicar la paciencia, sino a inculcarla a quienes están comenzando a vivir: mis nietos.
Dos jovencitos, ella de no más de 17 años y él muy cercano en edad, retozaban entre las olas mientras un hermoso bebé, de apenas meses, era arrullado en su silla por una joven abuela en la mesa del restaurante junto al mar. No es difícil armar la historia detrás de aquel pequeñito y su nacimiento: ansias de jugar a ser mayores y un embarazo fuera de tiempo.
Repaso los últimos meses de mi vida y no sólo encuentro historias semejantes. También están aquellas de hombres que, corriendo tras el viento de la aventura, abandonan su lugar en el hogar formado con la esposa y los hijos. ¿Qué habría sido de la vida de toda esa gente si él hubiera aprendido a esperar y retardar sus ánimos por una ilusión al vapor?
La mujer que, cansada de esperar el ascenso, renuncia no sólo a sus aspiraciones laborales sino a la seguridad económica del puesto que ostentaba. Y, aquel joven que por no saber esperar la compañía ideal para el resto de su vida, termina comprometido en la relación que sólo le aportó por breve tiempo la satisfacción al cuerpo y efímera al alma con su compañía.
Me gusta complacer a mis nietos, es más, ¡me encanta! Pero, no quiero ser responsable de que no aprendan a esperar y abstenerse. No me gustaría que, por mi inconsciente egoísmo, terminen enredados en la trampa de la autosatisfacción inmediata y, tantas veces, dañina.
Ahora, mis pequeñitos, son prácticamente unos bebés pero no me engaño, algún día crecerán y aplicarán lo aprendido para enfrentar y lidiar con la vida.
¿Tendré el valor de enseñarlos a esperar? Difícil lección pero necesaria, me convenzo.
Pienso, medito y oro. Necesito encontrar la forma de que practiquen el arte de esperar y, mejor aún, enseñarlos en la fe para que sepan esperar en el Señor.

sábado, 4 de junio de 2011

"Luna"

¿Cuántas veces habré escuchado, “las abuelas son como una segunda madre”? Más de las que puedo recordar, seguro. Y hoy, al igual que muchas cosas que vivo y que mucho después comprendo, sé que no es mi caso, aunque no es así para algunas abuelas.
El rol de abuela en la vida de mis nietos tiene límites muy claros, para mi fortuna. Ellos tienen una mami maravillosa y con una sabiduría creciente. Es además bella y jovial. ¿Qué niño no querría tener una mami tan hermosa?
Los momentos que más disfruto son cuando ellos la miran. ¡Sus rostros se iluminan como cuando miran al sol! Sus ojos reflejan el amor y, confieso, hay veces que no puedo identificar si el reflejo es del amor que ellos le tienen a ella o al revés. A fin de cuentas, el amor brilla y es un deleite para mi espíritu el ser espectadora de palco honor en la vida de esos tres seres tan amados.
Mi hija es, sin duda, el sol alrededor del cual mis nietos giran en esta etapa de su vida. Y sé también, que aunque no lo recuerde claramente, yo viví alrededor de mi propio sol, mi mami.
Me gusta pensar eso y me gusta pensar que yo, con esas pocas canas, arrugas incipientes y algunas limitaciones nuevas, soy la luna en la vida de mis nietos.
Busco ser la cuna tranquila donde puedan ir a sentarse por la noche a escuchar un cuento o la voz desafinada y alegre que les enseñe un nuevo canto es mi placer.
Quiero ser una luna que va y viene, a veces muy presente cuando está llena y otras, ausente cuando es nueva, pero que nadie duda, volverá a aparecer. Soy feliz siendo una luna que ha aprendido a decrecer y desaparecer tras bambalinas, pero que se anuncia con discreción cuando se necesita de su luz.
Ser abuela es ser la luna: limpia, honesta, lejana y a la vez, la más cerca del planeta llamado “nietos” para reflejar con deleite los rayos de la mami “Sol”, sin competir, sin celos por su brillo sino participativa, blanca de canas y corazón de cuna.

domingo, 29 de mayo de 2011

"Historias de guerra"

En esto de ser abuela, como todo en la vida, también hemos de librar batallas. Y hoy, digo con satisfacción, gané una. Es importante que todos sepan que estas batallas, a diferencia de las que todos conocemos, se ganan con paciencia, sabiduría y amor. ¡Mucha paciencia!
El desayuno y un poco del temperamento de mi nieta, fueron lo que desataron el encuentro. A pesar de la invitación repetida a comer su cereal, ella tenía hecha una decisión: ¡No quiero “detayunar”! Mi primera idea fue dejarla seguir con su voluntad pero, al recordar la recomendación del pediatra, desistí de cantar retirada y me dispuse para la guerra.
Cuando todos habíamos terminado, le anuncié que podría esperar a tener apetito para terminar su desayuno. . . ¡en la cuna! Confieso que con un nudo en el estómago y anticipando una tempestad, la cargué con cariño para llevarla a su habitación. Para mi fortuna, el berrinche no llegó y la pequeña aceptó quedarse en su cunita.
A cada oportunidad y con la actitud más amable, pasé a preguntarle si ya estaba lista para desayunar y, con la misma voz suave me respondió cada vez: No, Gramma. . . ¡No quiero “tomed Chototispis”! Los minutos pasaron y comencé a dudar sobre mi estrategia hasta que, alimentando mi optimismo, oí que me llamaba: ¡Gramma! ¡Estoy jugando con mis juguetes! Mi esperanza de ganar se esfumó al ver cómo me desarmaba abiertamente.
Tras responder con una sonrisa que me daba gusto, me retiré para configurar un plan “B” hasta que concluí que era demasiado tarde para dar marcha atrás y me sentí atrincherada.
El escuchar su vocecita nuevamente me alertó. ¡Cómo habíamos llegado a este punto!
“¡Gramma! ¡Ya quiero “detayunar”!” me anunció. Mi corazón brincó de gusto. “Quiedo Corn Pops”.
¡Piensa rápido, piensa rápido!, me dije. ¡No!, hemos logrado mucho compara dejarlo perder, concluí.
Con firmeza paciente y voz considerada, respondí que no podíamos desperdiciar el cereal servido y, para mi sorpresa, mi inteligente nieta no se sorprendió con mi respuesta. Antes de salir de la habitación recibí una nueva declaración. “Sí quiedo comer mi Chototispis, Gramma”.
¡Con trompetas de triunfo y banderín al aire, corrí hasta la cuna alabando su decisión! Y, en un santiamén, con la pequeñita sobre mis piernas, vi desaparecer a cucharadas el cereal del desayuno.
¿Por qué nadie habla de estas escaramuzas entre abuelas y nietos? ¿Acaso no sería bueno prevenir a las abuelas del mundo sobre el duro trabajo de participar en el diario crecer de nuestros nietos?
Entre tanto ocurre un nuevo evento, hoy declaro mi victoria: ¡Gramma 1 – Nieta 0!

"Fácil"

Nuevamente me encuentro revalorando el rol y el esfuerzo de una madre. ¿Será que no recuerdo como fue porque la juventud anulaba la conciencia del esfuerzo? O, ¿será que la ligereza de la inconsciencia de la maternidad ejercida no me alertaba mucho sobre los errores cometidos o por cometer?
Difícil de responder, pues ahora tengo cinco décadas más un año de edad y, en mis primeros tiempos de madre, apenas rebasaba los veintes.
Lo que sí es real es que, mis cincuenta y uno sumados a mi rol de abuela, me obligan a revisar mi actuación con la responsabilidad que me viene del amor por mis nietos.
Así, esta mañana de domingo en el que no hay ayuda externa y supliendo a mi hija durante su viaje, llamó mi atención la idea de la independencia de mis pequeñitos en tareas simples y cotidianas tales como vestirse.
Corriendo a mi archivo de memorias, me di cuenta de que hasta rebasados los 6 años, mis hijos fueron vestidos por mí, su padre o la nana, según fuera necesario y jamás me detuve pensar si  hacía bien o mal. Por inercia, hacía las cosas porque así ¡me era más fácil!
Hoy, contrario a facilitarme la existencia y vestir a mis nietos sin cuestionarme, analizo la opción de aprovechar el tiempo disponible para que ellos ensayen resolver una cuestión cotidiana por sí mismos. Porque, educarlos, a fin de cuentas, ¿no se trata de que aprendan a lidiar con la vida ellos solos?
Y todo para que, cuando crezcan, puedan resolver los retos con mayor facilidad. La meta es, ahora entiendo, que el futuro les sea más fácil de enfrentar. . . ¡A ellos!
La conclusión me saca la sonrisa. No cabe duda. . . la madurez y la sabiduría ¡sólo se dejan ver con la edad!

martes, 24 de mayo de 2011

"Unicos"

“¡Tú estás lista para ser hija única y terminas aterrizando en una familia de ocho hijos!”, bromeó mi primo y solté la carcajada. En algo tenía razón. Cuando niña, me gustaba pensar que, de haber sido hija única, cada una de mis manos podría sujetar la de cada uno de mis padres y secuestrar toda su atención para que me escucharan, vieran y atendieran sólo a mí. Pero, muy lejos de eso, crecí caminando como entre un pequeño rebaño frente a ellos con su mirada vigilante a mis espaldas.
Cuando finalmente tuve a mis hijos, con 8 años entre sus nacimientos, pude cuidarlos y atenderlos como hijos únicos. Pero, ahora como abuela, el reto es titánico. Mis nietos son tan cercanos en edad que su demanda de atención es igualmente fuerte e insistente.
Para complicarlo un poco más, son varón y mujercita, y sus necesidades, gustos, juegos, ánimos y actitudes son totalmente distintos. Son, en resumen, ¡únicos!
Al nacer mi nieta pensé que, con mi experiencia previa, todo sería más sencillo. Pero, ¡sorpresa! Mi aprendizaje de poco sirvió al toparme con una pequeñita de carácter determinante y sentido de independencia sublevado. Mi regazo, que había aprendido a acurrucar con paciencia y ternura, no le daba suficiente espacio para sus aventuras y osadías.
Después de intentar con mi nieta los juegos que entretenían por horas a mi nieto y terminar sentada en el suelo sin más compañía que los juguetes, comprendí que debía aprender tácticas nuevas. Y comencé a ensayar como un mago, transformándome de mecedora para mi nieto a exploradora para mi nieta; de arquitecto de lego para él a cantante infantil para ella; de cinéfila a maniquí probador de esmalte de uñas.
Dos años y medio desde la llegada de mi nieta, descubro facetas en mí totalmente desconocidas y el poder del camaleón para transformarme según la necesidad de mis pequeñitos.
Qué trabajo más difícil pero. . . ¡Qué fascinante es ser abuela!

lunes, 23 de mayo de 2011

"Conversaciones"

Podría enumerar un sinfín de ocasiones en las que tuve que esforzarme mucho para sostener una conversación con otras personas. Algunas de ellas, intelectualmente más cultas que yo, me obligaron a exprimir mi memoria para recordar algún dato que encubriera mi ignorancia. Otras, sabias y pausadas, me retaron a callar para aprender y hablar para confirma que había entendido. Y, como no decirlo, otras con las que he tenido tan poco o nada en común que no me fue fácil encontrar algún motivo para hablar.
A pesar de las pasadas experiencias, reconozco, nada es para mí más desafiante que cuando debo responder a mis nietos. Mis sentidos se alertan y mi mente se agudiza para escuchar atentamente. Una palabra fuera de lugar y el corazón de mis nietos puede perder la confianza, la esperanza o la fe.
¿Por qué a Jesús lo mataron esos señores, Gramma?, preguntó mi pequeño y sus ojos grandes se fijaron en los míos. Pude entrever su necesidad de comprender.
Mi corazón palpitó con fuerza al recordar la imagen de mi Jesús sangrando y clavado en la cruz. Toda mi piel se estremeció al pensar que mi nietecito viera con los ojos de su mente inocente semejante dolor. ¡Sabiduría, Padre. . . dame sabiduría para responder!, pensé.
Tomando su manita y sin desviar mis ojos de los suyos respondí: “Ellos lo pusieron en esa cruz porque estaba enojados con Jesús y es que no entendían lo que Él enseñaba. Pero Jesús seguía queriéndolos mucho y los perdonó, ¿sabes? Lo que no sabes es que, después, Él volvió a vivir y se regresó a su casa en el cielo con su Padre, Dios”.
¡Ah!, dijo y se levantó para volver a jugar con su tío.
Sentada en la banqueta del restaurante, me quedé pensando. ¿Estaré siempre lo suficientemente lúcida para responder a sus dudas? ¿Mi mente recordará que debo responder a las preguntas difíciles con honestidad pero salvaguardando su derecho a la esperanza? ¿Tendré el valor de contestarle las verdades que puedan causarle dolor sin herir su corazón?
¡No lo sé! Pero, algo espero lograr a lo largo de los años: Seguir siendo yo,  su Gramma, una de sus opciones cuando ande en busca de respuestas.

jueves, 19 de mayo de 2011

"Tribunales"

Tras escribir sobre las “tribunas” desde las que nosotras, las abuelas, vitoreamos cada logro de nuestros nietos, sean grandes o pequeños, me asaltó la imagen contraria. Si en vez de ser una abuela entusiasta y aceptante fuera lo contrario, ¿qué sucedería?
Me vino a la memoria la escena de una mujer a quien por casualidad sorprendí con su nieta. Los gritos y palabras agresivas se escuchaban hasta el ascensor que apenas llegaba al piso. Evitando involucrarme, de soslayo alcancé a ver los ojos húmedos de la pequeña de alrededor de 8 años que, avergonzados, se clavaban en la alfombra.
La susodicha abuela estaba a cargo de la pequeña por las tardes mientras su madre salía del trabajo y descargaba sobre ella un enojo que no empataba con la imagen de la secretaria amable que yo conocía. ¡Qué triste recuerdo será esa abuela para la chiquilla!
En lugar de estar en la tribuna, su abuela la observaba desde los tribunales poniendo a juicio cada rasgo en la tarea de la niñita, su forma de sentarse o la lentitud con la que escribía. Pero, ¿acaso no todos hemos actuado alguna vez así? Tal vez no como abuelas pero sí en otros entornos, reconozco.
Empiezo a pensar que todo el “glamour” de ser abuela y del que he escrito, depende de la decisión personal de hacerlo amorosamente, pues es una relación tan susceptible a las pasiones y errores humanos como cualquier otra.
Ojalá y todas las abuelas del mundo comprendieran el valor de su rol en la vida de los niños, la responsabilidad que tienen y la increíble oportunidad que tienen en las manos para, con su amor e influencia, participar en el surgimiento de un ser humano íntegro y fuerte.
¡Oremos hoy por las abuelas!

miércoles, 18 de mayo de 2011

"Tribunas"

Después del final de una presentación de patinaje artístico sobre hielo, tal vez el momento más emotivo es cuando el patinador sale de la pista y se encuentra con su entrenador quien lo espera con los brazos abiertos. Es frecuente ver como el artista prácticamente se desploma en el abrazo, llora y recibe un ramo de flores. Después los vemos a ambos, patinador y entrenador, sentarse y juntos voltear a la pizarra para ver las calificaciones que los jueces le otorgan. ¡Es mi escena favorita!
Sin importar la evaluación del jurado, el entrenador apoya y acoge amorosamente al pupilo reconociendo su empeño y su trabajo.
Apenas hace unos cuantos días fue mi turno de sentarme frente a mi nieta que, con expectación, se esforzaba por resolver un reto propio de su edad: ¡Aprender a usar el baño y dejar el pañal!
Sentada en el W.C. frente a mi nietecita, observaba como se levantaba una y otra vez para asegurarse que había logrado depositar algo en la nica hasta que, para su sorpresa, finalmente encontró en el fondo y por primera vez el producto de su esfuerzo.
Dando saltos, aplausos y vítores, festejé éxito y a la celebración se nos unieron su mami y su hermanito. Animada por el efecto, una y otra vez nos llevaba a observar su nica de la que no quería desprenderse para que todos pudiéramos ver su contenido.
¿Cómico? Tal vez, aunque yo lo encuentro ¡muy aleccionador!
Sin importar la experiencia de la que se trate y aunque nos parezca demasiado trivial o cotidiana, ¿Qué sucedería si festejáramos y alentáramos a nuestros pequeñitos en los proyectos que emprenden? ¿Cómo se sentirían si supieran que, sin importar el resultado, estaremos junto a la pista para cobijarlos con un abrazo y un ramo de flores?
Esta vez pude estar junto a mi nieta en el primer paso para independizarse del pañal pero espero recordarlo siempre para cuando sus retos vayan creciendo al parejo de ella y necesite el reconocimiento de su Gramma por su afán.

viernes, 13 de mayo de 2011

"Fuertes"

¿Quieres que lo lleve?, pregunté a mi pequeño nieto quien, era evidente, se esforzaba para cargar el cochecito de control remoto que rebasaba el largo de sus bracitos extendidos. Buscando una y otra vez una forma más eficiente de llevarlo, no lograba sujetarlo y parecía resbalar de sus manitas como un pez recién sacado del agua. Al verlo batallar, insistí, ¿quieres que lo lleve? Su respuesta fue la misma: “No gracias, Gramma” y se empeñó hasta que llegamos hasta donde podía bajar el coche para hacerlo correr.
El pasaje me vino a la memoria mientras veía una película en la que el personaje, un joven, aseguraba: “Hay veces que necesitamos sentirnos fuertes aunque no necesariamente seamos fuertes”.
¿Acaso no es lo mismo que ocurre con mucha frecuencia con mi pequeña nieta? Al intentar levantar una silla pesada o saltar de un escalón casi de su altura, ¿no está buscando “sentirse fuerte”, capaz?
Comprendí como opera la fórmula que, muchas veces, aplicamos las mamás e incluso las abuelas. Ése, en donde los vamos convenciendo de que “no pueden, porque no son suficientemente fuertes” y lo justificamos entrando a la escena resolviéndoles el reto que sólo a ellos les pertenece en aras de nuestro amor.
Creo que, al menos por hoy, no estoy lista para hacer una revisión sobre mi pasado como madre pues, probablemente, encontraré el origen de las inseguridades y debilidades de mis hijos en este pequeño gran descubrimiento. Pero estoy segura que, ahora como abuela, me pondré atenta y aprenderé a dejarlos que ensayen “sentirse fuertes” aunque sean pequeños y aún no lo sean. Tal vez, de tanto ensayar, un día lo serán. Y mientras llega el día, tendré cuidado en siempre recordarles que estaré a su lado para “echarles una mano” en el camino de crecer.
¿Quién lo diría? Aunque soy Gramma, aún tengo tanto que aprender.

martes, 10 de mayo de 2011

"HEROINAS"

¡Feliz día de las madres!, dijo mi esposo. ¿No tendría entonces que decirlo dos veces?, pensé. Finalmente ahora, soy abuela y eso es como ser madre “exponencialmente”. Sí, esa es la palabra porque, puedo asegurar que el amor como mamá es exponencial cuando se convierte en el amor de abuela.
Ya antes dije que, ser abuela, es la segunda oportunidad para hacer bien las cosas. Pero, pensándolo bien, creo que tengo que corregir esa idea ya que, a medida que pasan los días, me doy cuenta de que no debo hacer las mismas cosas. Creo como abuela debo hacer otras muy distintas.
Como mamá, intenté educar, sembrar valores, corregir a tiempo, encausar intereses, enseñar a amar y respetar, vivir con disciplina, inculcar buenos modales y, todas esas cosas que tenemos que hacer como mamás-educadoras-consejeras-capataces y, a veces, cómplices.
Ahora, como abuela, me toca amarlos de otra manera y sin muchas de las cargas de la educación cotidiana. Porque, si hiciera lo que le corresponde a su mami, ¿no estaría suplantándola?
Aún así, hay aún un factor común entre su mami y yo: ¡Ellos! Son nuestro proyecto común, el motivo de nuestras risas y alegrías, la razón para nuestra preocupación, el móvil para esforzarnos cada día más y ser mejores en la labor, porque, son ellos, quienes nos impulsan y mueven para perseverar en la tarea diaria de acompañarlos a crecer y enseñarlos a amar y agradecer a Dios.
Y, hablando de agradecer, también me doy cuenta que tengo mucho que agradecer a mi hija: me permite ser la abuela de mis nietos, mimarlos sin límites, disfrutarlos en sus pequeños y grandes momentos, pero sobre todo, porque ella es quien está haciendo el “trabajo sucio”.
Es ella quien se levanta cada mañana para llevarlos a la escuela incluso cuando ella misma no tiene fuerza o ánimo para salir de la cama; es la que tiene que hacer alarde de paciencia para controlar sus berrinches  y sus pleitos; es quien tropieza todos los días con los juguetes, las paletas en el sillón y los biberones chorreados; para ella, sus tareas inician muy temprano y es la última en irse a la cama manteniéndose alerta por si la necesitan; y, todas las noches, ella sola, asegura la puerta de su casa, lleva la carga cotidiana y se yergue con valor para tomarlos de la manos y caminar hacia el futuro.
Sí, soy la abuela y espero una felicitación, pero HOY, si mi vida fuera un teatro, llevaría la luz de TODOS LOS REFLECTORES para honrar a quien es la verdadera heroína del día: MI HIJA, LA MADRE DE MIS NIETOS, LA MUJER VALIENTE QUE DIOS ELIGIO PARA CUIDARLOS Y A LA QUE TANTO ADMIRO.
¡¡¡FELIZ DIA DE LAS MADRES, NENA, MI AMADISIMA HIJA!!! ¡¡¡DIOS TE BENDIGA AUN MAS!!!

sábado, 7 de mayo de 2011

"Límites"

No, esta no será una clase sobre los límites que se tratan de enseñar a los hijos o a los nietos para manejar sus relaciones interpersonales de una manera sana. Esta vez hablo de aquellos que desconocemos de nuestra propia capacidad para reaccionar ante algunos eventos.
Siempre he escuchado y, reconozco, que soy una mujer de temperamento intenso. No me visualizo como la típica esposa, madre o abuela que vive en un limbo de mansedumbre y paz constante o viviendo sobre una línea recta. Muy por el contrario, mi vida es el espejo de un río turbulento y siempre en movimiento. A decir verdad, me tomó mucho tiempo el aceptar que es parte de mi naturaleza y que tendría que aprender a vivir dentro de esas fronteras.
Las ventajas de mi tipo de temperamento, ahora que soy abuela, son muchas: mis nietos pueden darse cuenta rápidamente de mi inmenso amor por ellos, de mi entusiasmo al verlos cruzar la puerta, de que mi risa por sus travesuras es genuina y espontánea, de que mi compañía no es sólo una presencia sino una convivencia alerta a sus necesidades y, que todo, lo hago entregando el corazón.
Esas son tan sólo algunas de las cosas buenas que trae la pasión que se filtra en todo lo que hago como abuela. Pero, hoy recordé, también trae desventajas y lo descubrí al ver cómo, de cada parte de mi ser, salió un sentido de protección muy semejante al de una leona cuando su cachorro es víctima de algo o alguien.
Al verlo lastimado, más allá de mi control, surgió la ferocidad de quien ha de proteger la seguridad de su tesoro sin importar el nombre de quien lo había dañado. ¿De dónde brotó toda esa fuerza? Supongo que tiene la misma dimensión del tamaño de mi amor por  mi nieto.
Hoy me doy cuenta de que el límite de mi amor por mis nietos es aún desconocido, incluso, para mí misma.

viernes, 6 de mayo de 2011

"Sobre las palmas"

Las diversiones en agua no son las favoritas de mis nietos, aunque. . . ¡corrijo! No lo fueron hasta el día de ayer. Sus reacciones eran diversas. Para mi nieto, además de que la profundidad no debía rebasarle la cintura, la sensación de vulnerabilidad al verse rodeado sólo por el líquido resultaba amenazante. Mientras que, para mi nieta, el salpicar del agua sobre su rostro lograba sacarla de la piscina casi de inmediato.
A pocas horas de estar en la alberca en compañía de su mami y del abuelo, ambos niños mostraron un cambio radical. El abrazo juguetón del abuelo los alentó a aventurarse cada vez un poco más alejados de la orilla y, los aplausos acompañados de risas de satisfacción de su mami los animó a ensayar nuevas experiencias.
Tal fue el avance de mis pequeñitos que, con asombro y gusto, festejamos cuando mi nieto comenzó sus caminatas por la piscina con el agua hasta la barbilla y atreverse a saltar desde la orilla hasta sumergir totalmente su cabeza. Resultó espectacular la confianza que fue surgiendo en el niño al sentir el apoyo y la aprobación.
Y mi nieta, por supuesto, no se quedó atrás. En mitad de la alberca, una y otra vez ensayó con el abuelo un acto de equilibrio. Él, poniendo las plantas de los pies de ella sobre sus palmas, buscaba que la beba encontrara suficiente apoyo para mantenerse de pie. Tras varios intentos y entre risas cuando no lo lograban, finalmente la vimos erguida y parada sobre las manos de su abuelo que seguía los movimientos cuando la nenita dudaba para que lograra mantenerse en pie. ¡Que mágicos parecieron esos breves instantes en los que, con brazos extendidos, abuelo y nieta celebraban su triunfo sobre la gravedad!
No pude evitar, mientras disfrutaba de ese momento de triunfo compartido, sumarles años a mis nietos. ¿Qué pasará cuando en su vida tengan eventos que los hagan dudar o trastabillar en sus convicciones y valores? ¿Podremos nosotros, sus abuelos, ofrecer nuestras palmas para sostenerlos y equilibrarlos como ahora? ¿Lograremos con nuestros aplausos, aprobación y aliento fincar la relación para sembrarles la confianza necesaria y que escuchen nuestros consejos y advertencias?
Aunque parece que aún falta mucho tiempo para eso, por lo pronto, seguiremos arando nuestros momentos juntos con una convivencia amorosa y aceptante, hasta convertirla en tierra fértil para ir sembrando, día a día, semillitas de confianza para los pasajes de inevitable turbulencia.

"Sin mentir"

¿De dónde viene el mar, Gramma?, preguntó mi pequeño nieto de 5 años quien, por primera vez, vivía la experiencia de estar parado junto al mar alborotado por el viento fuerte.
Además de la ternura que me hizo sentir, me vi forzada a pensar rápidamente mi respuesta. No quería que mis palabras lo defraudaran o rompieran el toque de inocencia que lo hace tan especial pero, sobre todo, que me llevaran a mentir.
“Dios lo puso ahí cuando hizo el mundo”, respondí, “es como una enorme piscina y tiene pedazos de tierra donde nosotros vivimos”. Antes de completar mi explicación, mi pequeño corrió de vuelta hacia la orilla donde terminaba de acariciar las olas.
Mi mente se quedó entretenida con un pensamiento: ¿Cómo aprender a responder las preguntas de mis nietos a tiempo, correctamente y siempre, en honor a la verdad sin que con ello los desaliente o los hiera? Porque, es innegable, su circunstancia de vida ha cambiado y eso les traerá preguntas y, siendo una persona de influencia para ellos, mis contestaciones podrían cambiar su visión de la vida y confianza en Dios y la gente.
¡Qué reto será matizar las respuestas difíciles sin mentir! Porque, vivo en la conciencia de que, la mentira, es uno de los cánceres más dañinos y agresivos de nuestro tiempo.
Tras mucho pensarlo, llegué a una simple conclusión: echar mano del amor al momento de hablar para responder y, si alguna emoción fuera de lugar o duda parecen contaminar mi respuesta, aprender a callar. Mi fe me enseña que, por sobre todas las cosas, Dios me pide que actúe en amor y, no heredar malos sentimientos o falsedad, es un dictamen de ese amor.
Un suspiro me confirmó que mi reflexión iba por el camino correcto y reposé en paz mientras disfrutaba del océano, que esa tarde, Dios había puesto en esta Tierra especialmente para el deleite de mi hija, mis sobrinos y mis amadísimos nietos.

sábado, 30 de abril de 2011

"Matemáticas"

Cuando iba a ser mamá por segunda vez y a pesar de tener 8 años más de supuesta madurez, recuerdo que dudas viejas y algunas nuevas afloraron en mi mente. No sólo aquella pregunta de, “¿Podré ser una buena madre”?, me revoloteaba constantemente. Ahora me preguntaba, ¿amaré a este hijo tanto como a mi hija? La respuesta, veinte años después, es obvia y contundente. ¡Por supuesto que lo amo con un amor tan especial como el que le tengo a mi hija!
Pero, por increíble que parezca, el anuncio de la venida de mi nieta me hizo retroceder al tiempo de esas interrogantes, ahora en relación a mi papel de abuela, añadiéndole incertidumbre con la constante pregunta de la gente que me rodeaba: “¿Y, a poco la vas a querer tanto como a tu nieto?”.
Confieso, que por un momento, yo misma sentí celo por el espacio de mi nieto que iba a ser invadido por otra personita. ¡Era aún tan pequeño!, pensaba, y me revelaba a pensar que fuera desplazado o que perdiera atención de todos nosotros.
Cuando llegó mi pequeñita, mi visión cambió. Ese par de ojos oscuros y enormes, con boquita diminuta me robaron el corazón desde el primer momento. Mi curiosidad por comenzar a descubrirla en su personalidad y temperamento se avivó, y de inmediato supe que ya la amaba con un amor distinto e incondicional.
Ahora, cuando vuelven a preguntarme si la quiero tanto como a mi nieto, simplemente me sonrío y respondo sin muchos detalles.
Porque, ¿cómo le explicas al mundo que, contra la lógica de las matemáticas y aunque tengo un solo corazón, mis dos nietos lo tienen completo para cada uno de ellos?
¡Así de mágicas son las matemáticas del amor de Gramma!

miércoles, 27 de abril de 2011

"Herramientas"

Para llegar a ser abuela, obviamente, he tenido que pasar por mi etapa como madre y ese es mi punto de partida para responder a la pregunta que hoy me hago: ¿Cuál ha sido el mayor reto como abuela?
Como mamá contaba con un gran número de herramientas para lograr “encausar” la voluntad, a veces bastante testaruda, de mis hijos. Y las opciones iban desde el incentivo de un premio hasta una convincente nalgada, pasando por un abanico de posibilidades. Al final, la mayoría de las veces, logré que obedecieran y se sujetaran a mi autoridad.
Ahora, mis alternativas no incluyen métodos que transgredan mis funciones y límites. Aunque coincido en que los abuelos no están para educar, difiero con la idea de que sólo estemos para consentir o malcriar. Lejos de eso, tengo la convicción de que la manera de apoyar en la formación de nuestros nietos es nuestra capacidad de influenciar. Y, ¿cuál es la herramienta más poderosa para ello? ¡El amor!
Un berrinche, un momento de mal humor o una necedad que la mamá resuelve con un buen grito, la abuela debe encontrar la manera de solucionarlos conciliando amorosamente y eso, sólo se logra a través de la influencia dentro de una fuerte y estrecha relación de amor.
Supongo que no soy la única abuela que ha escuchado el reproche de su hija o hijo por la alianza que tiene con su nieto y sólo puedo abogar, pidiendo un poco de gracia, que nuestra principal herramienta es el vínculo de amor con nuestros nietos.
Ahora que lo pienso. . . ¡Qué fácil puede resultar ser mamá!

martes, 26 de abril de 2011

"El comienzo"

Como todos los inicios en mi vida, el anuncio de la llegada de mi nieto no fue, ni divertida, ni especial preparada. Supongo que a los 45 años tenía en mente que ocurrirían muchas cosas antes de que me llegara el tiempo de ser abuela. A pesar de eso, sólo me tomó una mirada al monitor del ultrasonido en el consultorio del médico para saber que mi vida, sin yo saberlo, había estado incompleta sin su presencia.
Después del quinto mes, finalmente, supimos que sería un varoncito y entre ansiedades mezcladas de expectación pasaron los 9 meses. Algunos contratiempos ocurrieron durante esos meses que alborotaron mis miedos y el instinto protector se avivó. Y, durante esa espera, no sólo se fue transformando la habitación que preparaba en casa.
Mis planes y mi futuro fueron incluyéndolo, muchas veces, como punto de partida. Mi corazón vibraba de ternura a cada intento de imaginar su rostro y su tibia presencia. Mi imaginación se entretenía con los planes y juegos que compartiríamos. Mi presente, con la inminente llegada de mi nieto, se saturaba de futuro, uno lleno ilusión fresca y ternura infantil.
El anuncio de que sería por cesárea inició la cuenta regresiva hasta que, el 24 de abril, llegó el gran día de su nacimiento. Parada frente a la puerta del quirófano oré y oré pidiendo a Dios para que, tanto mi hija como mi nieto, estuvieran sanos y fuertes.
“Felicidades, es un varoncito y todo está muy bien con la mamá y el bebé”, anunció el médico y un torrente de emociones contenidas por meses se desbordó. Entre abrazos y llanto recibí las felicitaciones mientras, en mi mente, agradecía a Dios el milagro de guardar a mi pequeñito con bien durante todo ese tiempo de embarazo.
La imagen a través de la vitrina de aquel rostro coloradito abrió mis ojos a un nuevo destino donde surgieron en mí ideales inesperados: deseé ser ecologista para conservar un mundo bello para él; también en pacifista para que la sociedad que lo acompañara anhelara la paz; quise ser maestra para enseñarlo a vivir, convertirme en cantante para entonar todas las canciones de cuna y en profeta, para anunciarle las promesas de Dios que harían de su vida algo extraordinario.
Después de cinco años, me doy cuenta que no he logrado ser nada de aquello que imaginé ser al verlo por primera vez. . . pero me transformé en algo que parece incluirlo todo: me convertí en abuela.

lunes, 25 de abril de 2011

"Oportunidad"

Semanas atrás tuve la idea de iniciar un blog. ¿El tema? “Las dudas y retos de la abuela”. Pero, en lugar de eso, me di a la tarea de escribir sobre mis experiencias de vida en esta etapa que vivo, los cincuentas. Lo he disfrutado, es cierto, pero algo que leí esta mañana me hizo ver que aún hay un motivo para escribir ese segmento.
“Tú no sabes nada de mí”, apareció en la pantalla del chat. . . El reclamo dolió y, comprendí, que es mi decisión que, ni mi esposo, ni mis hijos, ni mis nietos jamás tengan que reprocharme que haya hecho de mi pecho un caracol para esconderles mi corazón.
Ayer que mi nieto cumplió 5 años, yo también completé 5 años de carrera como abuela. Pero mi historia inició tiempo, mucho tiempo atrás.
A los 21 años, mientras acariciaba una barriga que cambiaba de forma y me hacía sonreír, mi aventura comenzó. Sólo que, cuando acunas a tu primer hija en los brazos y apenas tienes 22 años, las guías de la vida aún son difusas e inciertas. Los errores al ejercer el rol de madre se acumulan rápidamente y  cuentas con poco tiempo, paciencia y sabiduría para resarcirlos.
Es por eso que, ahora que la vida me da una segunda oportunidad, mi atención y mi corazón juegan con la resolución de hacerlo lo mejor posible. Ya no llevo el nombre de mamá, sino de “Gramma”, abuelita en inglés, el idioma con el que hablo con mis nietos.
¿Qué cometo y cometeré errores siendo “Gramma”? Seguramente, sólo que esta vez quiero asegurarme de que, mis nietos e incluso mis hijos, sepan que la intención de mi corazón es hacerlo lo mejor posible, apoyarlos con mi falible humanidad mientras crecen y dejar un legado de amor en sus vidas.
Así que, en este blog, Gramma escribirá de sus historias, sus retos, sus miedos, sus anécdotas y, por qué no, también de sus logros.