miércoles, 13 de julio de 2011

"Cuentos de hadas"

Los nietos, me atrevo a asegurar que cuando llegan, ¡son como invasión en nuestras vidas! Y, como el agua, se van escurriendo y trasminando a cada espacio de nuestra existencia, a veces despacito y otras como una tsunami que todo arrasa a su paso.
Así, el ritmo de nuestras rutinas se ve alterado y no hay forma de que retomen su original fisonomía, ni siquiera, cuando se ausentan. Los recuerdos, las anécdotas y memorias que siembran a su paso son indestructibles y echan raíz en el corazón de los abuelos como una hermosa hiedra.
Según su estilo, entran de puntitas o como estampida y, en el caso de mi pequeña nieta, la segunda opción es casi una definición. ¿Cómo detener la avanzada de una chiquitina con la determinación de David y la ternura de una mariposa?
Sí, así es mi nieta. Bella, impetuosa, seductora y muy, muy femenina. Aceptando lo innegable, eché mano de la sabiduría popular que dice: “Si no puedes contra ello, únete”.
Ayer, decida a cautivar su atención, Gramma (o sea, yo) la invitó a una tarde de belleza entre chicas. Con un público bien armado que incluía a Bisi (mi mami), a mami, a Gramma y hasta la nana, la especialista de la estética de belleza ya la esperaba para la cita concertada.
Con su natural seguridad, eligió los esmaltes: lila con destellos plateados para las uñas de las manos y rojo para los pies. En los minutos de espera para tomar su turno, observó los movimientos de Bisi para cuidar las uñas mientras se secaban y, sin perder detalle, los memorizó.
El episodio cúspide del día inició. La joven experta confirmó la selección de los barnices y, con la precisión de un cirujano, comenzó la  aplicación en las diminutas uñas. Mi niña, con gran propiedad, atendió dócilmente a cada instrucción para facilitar la maniobra. ¡Parecía una veterana en el asunto! Agitando lentamente, una y otra manita, y deteniéndose para soplar sobre las uñas, esperó el turno de sus piecitos.
Con los deditos entrelazados a una tirita de papel, miró como aparecían motitas coloradas en las uñitas de sus pies. Finalmente, entusiasmada, vio la transformación de su cabello que, con maestría, la mujer arregló en 9 coletillas rizadas y un flequillo.
Me pregunto al verla, ¿Cenicienta habrá sentido el mismo éxtasis y felicidad que mi nieta, cuando la varita mágica del hada transformó sus andrajos en el vestido azul? Honestamente, ¡lo dudo!
Bella, por dentro y por fuera, mi nietecita sonrió sublimada.
Me gusta, de vez en vez, batir mi varita mágica y disfrutar de la risa encantadora de mi nieta.

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