domingo, 29 de mayo de 2011

"Historias de guerra"

En esto de ser abuela, como todo en la vida, también hemos de librar batallas. Y hoy, digo con satisfacción, gané una. Es importante que todos sepan que estas batallas, a diferencia de las que todos conocemos, se ganan con paciencia, sabiduría y amor. ¡Mucha paciencia!
El desayuno y un poco del temperamento de mi nieta, fueron lo que desataron el encuentro. A pesar de la invitación repetida a comer su cereal, ella tenía hecha una decisión: ¡No quiero “detayunar”! Mi primera idea fue dejarla seguir con su voluntad pero, al recordar la recomendación del pediatra, desistí de cantar retirada y me dispuse para la guerra.
Cuando todos habíamos terminado, le anuncié que podría esperar a tener apetito para terminar su desayuno. . . ¡en la cuna! Confieso que con un nudo en el estómago y anticipando una tempestad, la cargué con cariño para llevarla a su habitación. Para mi fortuna, el berrinche no llegó y la pequeña aceptó quedarse en su cunita.
A cada oportunidad y con la actitud más amable, pasé a preguntarle si ya estaba lista para desayunar y, con la misma voz suave me respondió cada vez: No, Gramma. . . ¡No quiero “tomed Chototispis”! Los minutos pasaron y comencé a dudar sobre mi estrategia hasta que, alimentando mi optimismo, oí que me llamaba: ¡Gramma! ¡Estoy jugando con mis juguetes! Mi esperanza de ganar se esfumó al ver cómo me desarmaba abiertamente.
Tras responder con una sonrisa que me daba gusto, me retiré para configurar un plan “B” hasta que concluí que era demasiado tarde para dar marcha atrás y me sentí atrincherada.
El escuchar su vocecita nuevamente me alertó. ¡Cómo habíamos llegado a este punto!
“¡Gramma! ¡Ya quiero “detayunar”!” me anunció. Mi corazón brincó de gusto. “Quiedo Corn Pops”.
¡Piensa rápido, piensa rápido!, me dije. ¡No!, hemos logrado mucho compara dejarlo perder, concluí.
Con firmeza paciente y voz considerada, respondí que no podíamos desperdiciar el cereal servido y, para mi sorpresa, mi inteligente nieta no se sorprendió con mi respuesta. Antes de salir de la habitación recibí una nueva declaración. “Sí quiedo comer mi Chototispis, Gramma”.
¡Con trompetas de triunfo y banderín al aire, corrí hasta la cuna alabando su decisión! Y, en un santiamén, con la pequeñita sobre mis piernas, vi desaparecer a cucharadas el cereal del desayuno.
¿Por qué nadie habla de estas escaramuzas entre abuelas y nietos? ¿Acaso no sería bueno prevenir a las abuelas del mundo sobre el duro trabajo de participar en el diario crecer de nuestros nietos?
Entre tanto ocurre un nuevo evento, hoy declaro mi victoria: ¡Gramma 1 – Nieta 0!

"Fácil"

Nuevamente me encuentro revalorando el rol y el esfuerzo de una madre. ¿Será que no recuerdo como fue porque la juventud anulaba la conciencia del esfuerzo? O, ¿será que la ligereza de la inconsciencia de la maternidad ejercida no me alertaba mucho sobre los errores cometidos o por cometer?
Difícil de responder, pues ahora tengo cinco décadas más un año de edad y, en mis primeros tiempos de madre, apenas rebasaba los veintes.
Lo que sí es real es que, mis cincuenta y uno sumados a mi rol de abuela, me obligan a revisar mi actuación con la responsabilidad que me viene del amor por mis nietos.
Así, esta mañana de domingo en el que no hay ayuda externa y supliendo a mi hija durante su viaje, llamó mi atención la idea de la independencia de mis pequeñitos en tareas simples y cotidianas tales como vestirse.
Corriendo a mi archivo de memorias, me di cuenta de que hasta rebasados los 6 años, mis hijos fueron vestidos por mí, su padre o la nana, según fuera necesario y jamás me detuve pensar si  hacía bien o mal. Por inercia, hacía las cosas porque así ¡me era más fácil!
Hoy, contrario a facilitarme la existencia y vestir a mis nietos sin cuestionarme, analizo la opción de aprovechar el tiempo disponible para que ellos ensayen resolver una cuestión cotidiana por sí mismos. Porque, educarlos, a fin de cuentas, ¿no se trata de que aprendan a lidiar con la vida ellos solos?
Y todo para que, cuando crezcan, puedan resolver los retos con mayor facilidad. La meta es, ahora entiendo, que el futuro les sea más fácil de enfrentar. . . ¡A ellos!
La conclusión me saca la sonrisa. No cabe duda. . . la madurez y la sabiduría ¡sólo se dejan ver con la edad!

martes, 24 de mayo de 2011

"Unicos"

“¡Tú estás lista para ser hija única y terminas aterrizando en una familia de ocho hijos!”, bromeó mi primo y solté la carcajada. En algo tenía razón. Cuando niña, me gustaba pensar que, de haber sido hija única, cada una de mis manos podría sujetar la de cada uno de mis padres y secuestrar toda su atención para que me escucharan, vieran y atendieran sólo a mí. Pero, muy lejos de eso, crecí caminando como entre un pequeño rebaño frente a ellos con su mirada vigilante a mis espaldas.
Cuando finalmente tuve a mis hijos, con 8 años entre sus nacimientos, pude cuidarlos y atenderlos como hijos únicos. Pero, ahora como abuela, el reto es titánico. Mis nietos son tan cercanos en edad que su demanda de atención es igualmente fuerte e insistente.
Para complicarlo un poco más, son varón y mujercita, y sus necesidades, gustos, juegos, ánimos y actitudes son totalmente distintos. Son, en resumen, ¡únicos!
Al nacer mi nieta pensé que, con mi experiencia previa, todo sería más sencillo. Pero, ¡sorpresa! Mi aprendizaje de poco sirvió al toparme con una pequeñita de carácter determinante y sentido de independencia sublevado. Mi regazo, que había aprendido a acurrucar con paciencia y ternura, no le daba suficiente espacio para sus aventuras y osadías.
Después de intentar con mi nieta los juegos que entretenían por horas a mi nieto y terminar sentada en el suelo sin más compañía que los juguetes, comprendí que debía aprender tácticas nuevas. Y comencé a ensayar como un mago, transformándome de mecedora para mi nieto a exploradora para mi nieta; de arquitecto de lego para él a cantante infantil para ella; de cinéfila a maniquí probador de esmalte de uñas.
Dos años y medio desde la llegada de mi nieta, descubro facetas en mí totalmente desconocidas y el poder del camaleón para transformarme según la necesidad de mis pequeñitos.
Qué trabajo más difícil pero. . . ¡Qué fascinante es ser abuela!

lunes, 23 de mayo de 2011

"Conversaciones"

Podría enumerar un sinfín de ocasiones en las que tuve que esforzarme mucho para sostener una conversación con otras personas. Algunas de ellas, intelectualmente más cultas que yo, me obligaron a exprimir mi memoria para recordar algún dato que encubriera mi ignorancia. Otras, sabias y pausadas, me retaron a callar para aprender y hablar para confirma que había entendido. Y, como no decirlo, otras con las que he tenido tan poco o nada en común que no me fue fácil encontrar algún motivo para hablar.
A pesar de las pasadas experiencias, reconozco, nada es para mí más desafiante que cuando debo responder a mis nietos. Mis sentidos se alertan y mi mente se agudiza para escuchar atentamente. Una palabra fuera de lugar y el corazón de mis nietos puede perder la confianza, la esperanza o la fe.
¿Por qué a Jesús lo mataron esos señores, Gramma?, preguntó mi pequeño y sus ojos grandes se fijaron en los míos. Pude entrever su necesidad de comprender.
Mi corazón palpitó con fuerza al recordar la imagen de mi Jesús sangrando y clavado en la cruz. Toda mi piel se estremeció al pensar que mi nietecito viera con los ojos de su mente inocente semejante dolor. ¡Sabiduría, Padre. . . dame sabiduría para responder!, pensé.
Tomando su manita y sin desviar mis ojos de los suyos respondí: “Ellos lo pusieron en esa cruz porque estaba enojados con Jesús y es que no entendían lo que Él enseñaba. Pero Jesús seguía queriéndolos mucho y los perdonó, ¿sabes? Lo que no sabes es que, después, Él volvió a vivir y se regresó a su casa en el cielo con su Padre, Dios”.
¡Ah!, dijo y se levantó para volver a jugar con su tío.
Sentada en la banqueta del restaurante, me quedé pensando. ¿Estaré siempre lo suficientemente lúcida para responder a sus dudas? ¿Mi mente recordará que debo responder a las preguntas difíciles con honestidad pero salvaguardando su derecho a la esperanza? ¿Tendré el valor de contestarle las verdades que puedan causarle dolor sin herir su corazón?
¡No lo sé! Pero, algo espero lograr a lo largo de los años: Seguir siendo yo,  su Gramma, una de sus opciones cuando ande en busca de respuestas.

jueves, 19 de mayo de 2011

"Tribunales"

Tras escribir sobre las “tribunas” desde las que nosotras, las abuelas, vitoreamos cada logro de nuestros nietos, sean grandes o pequeños, me asaltó la imagen contraria. Si en vez de ser una abuela entusiasta y aceptante fuera lo contrario, ¿qué sucedería?
Me vino a la memoria la escena de una mujer a quien por casualidad sorprendí con su nieta. Los gritos y palabras agresivas se escuchaban hasta el ascensor que apenas llegaba al piso. Evitando involucrarme, de soslayo alcancé a ver los ojos húmedos de la pequeña de alrededor de 8 años que, avergonzados, se clavaban en la alfombra.
La susodicha abuela estaba a cargo de la pequeña por las tardes mientras su madre salía del trabajo y descargaba sobre ella un enojo que no empataba con la imagen de la secretaria amable que yo conocía. ¡Qué triste recuerdo será esa abuela para la chiquilla!
En lugar de estar en la tribuna, su abuela la observaba desde los tribunales poniendo a juicio cada rasgo en la tarea de la niñita, su forma de sentarse o la lentitud con la que escribía. Pero, ¿acaso no todos hemos actuado alguna vez así? Tal vez no como abuelas pero sí en otros entornos, reconozco.
Empiezo a pensar que todo el “glamour” de ser abuela y del que he escrito, depende de la decisión personal de hacerlo amorosamente, pues es una relación tan susceptible a las pasiones y errores humanos como cualquier otra.
Ojalá y todas las abuelas del mundo comprendieran el valor de su rol en la vida de los niños, la responsabilidad que tienen y la increíble oportunidad que tienen en las manos para, con su amor e influencia, participar en el surgimiento de un ser humano íntegro y fuerte.
¡Oremos hoy por las abuelas!

miércoles, 18 de mayo de 2011

"Tribunas"

Después del final de una presentación de patinaje artístico sobre hielo, tal vez el momento más emotivo es cuando el patinador sale de la pista y se encuentra con su entrenador quien lo espera con los brazos abiertos. Es frecuente ver como el artista prácticamente se desploma en el abrazo, llora y recibe un ramo de flores. Después los vemos a ambos, patinador y entrenador, sentarse y juntos voltear a la pizarra para ver las calificaciones que los jueces le otorgan. ¡Es mi escena favorita!
Sin importar la evaluación del jurado, el entrenador apoya y acoge amorosamente al pupilo reconociendo su empeño y su trabajo.
Apenas hace unos cuantos días fue mi turno de sentarme frente a mi nieta que, con expectación, se esforzaba por resolver un reto propio de su edad: ¡Aprender a usar el baño y dejar el pañal!
Sentada en el W.C. frente a mi nietecita, observaba como se levantaba una y otra vez para asegurarse que había logrado depositar algo en la nica hasta que, para su sorpresa, finalmente encontró en el fondo y por primera vez el producto de su esfuerzo.
Dando saltos, aplausos y vítores, festejé éxito y a la celebración se nos unieron su mami y su hermanito. Animada por el efecto, una y otra vez nos llevaba a observar su nica de la que no quería desprenderse para que todos pudiéramos ver su contenido.
¿Cómico? Tal vez, aunque yo lo encuentro ¡muy aleccionador!
Sin importar la experiencia de la que se trate y aunque nos parezca demasiado trivial o cotidiana, ¿Qué sucedería si festejáramos y alentáramos a nuestros pequeñitos en los proyectos que emprenden? ¿Cómo se sentirían si supieran que, sin importar el resultado, estaremos junto a la pista para cobijarlos con un abrazo y un ramo de flores?
Esta vez pude estar junto a mi nieta en el primer paso para independizarse del pañal pero espero recordarlo siempre para cuando sus retos vayan creciendo al parejo de ella y necesite el reconocimiento de su Gramma por su afán.

viernes, 13 de mayo de 2011

"Fuertes"

¿Quieres que lo lleve?, pregunté a mi pequeño nieto quien, era evidente, se esforzaba para cargar el cochecito de control remoto que rebasaba el largo de sus bracitos extendidos. Buscando una y otra vez una forma más eficiente de llevarlo, no lograba sujetarlo y parecía resbalar de sus manitas como un pez recién sacado del agua. Al verlo batallar, insistí, ¿quieres que lo lleve? Su respuesta fue la misma: “No gracias, Gramma” y se empeñó hasta que llegamos hasta donde podía bajar el coche para hacerlo correr.
El pasaje me vino a la memoria mientras veía una película en la que el personaje, un joven, aseguraba: “Hay veces que necesitamos sentirnos fuertes aunque no necesariamente seamos fuertes”.
¿Acaso no es lo mismo que ocurre con mucha frecuencia con mi pequeña nieta? Al intentar levantar una silla pesada o saltar de un escalón casi de su altura, ¿no está buscando “sentirse fuerte”, capaz?
Comprendí como opera la fórmula que, muchas veces, aplicamos las mamás e incluso las abuelas. Ése, en donde los vamos convenciendo de que “no pueden, porque no son suficientemente fuertes” y lo justificamos entrando a la escena resolviéndoles el reto que sólo a ellos les pertenece en aras de nuestro amor.
Creo que, al menos por hoy, no estoy lista para hacer una revisión sobre mi pasado como madre pues, probablemente, encontraré el origen de las inseguridades y debilidades de mis hijos en este pequeño gran descubrimiento. Pero estoy segura que, ahora como abuela, me pondré atenta y aprenderé a dejarlos que ensayen “sentirse fuertes” aunque sean pequeños y aún no lo sean. Tal vez, de tanto ensayar, un día lo serán. Y mientras llega el día, tendré cuidado en siempre recordarles que estaré a su lado para “echarles una mano” en el camino de crecer.
¿Quién lo diría? Aunque soy Gramma, aún tengo tanto que aprender.

martes, 10 de mayo de 2011

"HEROINAS"

¡Feliz día de las madres!, dijo mi esposo. ¿No tendría entonces que decirlo dos veces?, pensé. Finalmente ahora, soy abuela y eso es como ser madre “exponencialmente”. Sí, esa es la palabra porque, puedo asegurar que el amor como mamá es exponencial cuando se convierte en el amor de abuela.
Ya antes dije que, ser abuela, es la segunda oportunidad para hacer bien las cosas. Pero, pensándolo bien, creo que tengo que corregir esa idea ya que, a medida que pasan los días, me doy cuenta de que no debo hacer las mismas cosas. Creo como abuela debo hacer otras muy distintas.
Como mamá, intenté educar, sembrar valores, corregir a tiempo, encausar intereses, enseñar a amar y respetar, vivir con disciplina, inculcar buenos modales y, todas esas cosas que tenemos que hacer como mamás-educadoras-consejeras-capataces y, a veces, cómplices.
Ahora, como abuela, me toca amarlos de otra manera y sin muchas de las cargas de la educación cotidiana. Porque, si hiciera lo que le corresponde a su mami, ¿no estaría suplantándola?
Aún así, hay aún un factor común entre su mami y yo: ¡Ellos! Son nuestro proyecto común, el motivo de nuestras risas y alegrías, la razón para nuestra preocupación, el móvil para esforzarnos cada día más y ser mejores en la labor, porque, son ellos, quienes nos impulsan y mueven para perseverar en la tarea diaria de acompañarlos a crecer y enseñarlos a amar y agradecer a Dios.
Y, hablando de agradecer, también me doy cuenta que tengo mucho que agradecer a mi hija: me permite ser la abuela de mis nietos, mimarlos sin límites, disfrutarlos en sus pequeños y grandes momentos, pero sobre todo, porque ella es quien está haciendo el “trabajo sucio”.
Es ella quien se levanta cada mañana para llevarlos a la escuela incluso cuando ella misma no tiene fuerza o ánimo para salir de la cama; es la que tiene que hacer alarde de paciencia para controlar sus berrinches  y sus pleitos; es quien tropieza todos los días con los juguetes, las paletas en el sillón y los biberones chorreados; para ella, sus tareas inician muy temprano y es la última en irse a la cama manteniéndose alerta por si la necesitan; y, todas las noches, ella sola, asegura la puerta de su casa, lleva la carga cotidiana y se yergue con valor para tomarlos de la manos y caminar hacia el futuro.
Sí, soy la abuela y espero una felicitación, pero HOY, si mi vida fuera un teatro, llevaría la luz de TODOS LOS REFLECTORES para honrar a quien es la verdadera heroína del día: MI HIJA, LA MADRE DE MIS NIETOS, LA MUJER VALIENTE QUE DIOS ELIGIO PARA CUIDARLOS Y A LA QUE TANTO ADMIRO.
¡¡¡FELIZ DIA DE LAS MADRES, NENA, MI AMADISIMA HIJA!!! ¡¡¡DIOS TE BENDIGA AUN MAS!!!

sábado, 7 de mayo de 2011

"Límites"

No, esta no será una clase sobre los límites que se tratan de enseñar a los hijos o a los nietos para manejar sus relaciones interpersonales de una manera sana. Esta vez hablo de aquellos que desconocemos de nuestra propia capacidad para reaccionar ante algunos eventos.
Siempre he escuchado y, reconozco, que soy una mujer de temperamento intenso. No me visualizo como la típica esposa, madre o abuela que vive en un limbo de mansedumbre y paz constante o viviendo sobre una línea recta. Muy por el contrario, mi vida es el espejo de un río turbulento y siempre en movimiento. A decir verdad, me tomó mucho tiempo el aceptar que es parte de mi naturaleza y que tendría que aprender a vivir dentro de esas fronteras.
Las ventajas de mi tipo de temperamento, ahora que soy abuela, son muchas: mis nietos pueden darse cuenta rápidamente de mi inmenso amor por ellos, de mi entusiasmo al verlos cruzar la puerta, de que mi risa por sus travesuras es genuina y espontánea, de que mi compañía no es sólo una presencia sino una convivencia alerta a sus necesidades y, que todo, lo hago entregando el corazón.
Esas son tan sólo algunas de las cosas buenas que trae la pasión que se filtra en todo lo que hago como abuela. Pero, hoy recordé, también trae desventajas y lo descubrí al ver cómo, de cada parte de mi ser, salió un sentido de protección muy semejante al de una leona cuando su cachorro es víctima de algo o alguien.
Al verlo lastimado, más allá de mi control, surgió la ferocidad de quien ha de proteger la seguridad de su tesoro sin importar el nombre de quien lo había dañado. ¿De dónde brotó toda esa fuerza? Supongo que tiene la misma dimensión del tamaño de mi amor por  mi nieto.
Hoy me doy cuenta de que el límite de mi amor por mis nietos es aún desconocido, incluso, para mí misma.

viernes, 6 de mayo de 2011

"Sobre las palmas"

Las diversiones en agua no son las favoritas de mis nietos, aunque. . . ¡corrijo! No lo fueron hasta el día de ayer. Sus reacciones eran diversas. Para mi nieto, además de que la profundidad no debía rebasarle la cintura, la sensación de vulnerabilidad al verse rodeado sólo por el líquido resultaba amenazante. Mientras que, para mi nieta, el salpicar del agua sobre su rostro lograba sacarla de la piscina casi de inmediato.
A pocas horas de estar en la alberca en compañía de su mami y del abuelo, ambos niños mostraron un cambio radical. El abrazo juguetón del abuelo los alentó a aventurarse cada vez un poco más alejados de la orilla y, los aplausos acompañados de risas de satisfacción de su mami los animó a ensayar nuevas experiencias.
Tal fue el avance de mis pequeñitos que, con asombro y gusto, festejamos cuando mi nieto comenzó sus caminatas por la piscina con el agua hasta la barbilla y atreverse a saltar desde la orilla hasta sumergir totalmente su cabeza. Resultó espectacular la confianza que fue surgiendo en el niño al sentir el apoyo y la aprobación.
Y mi nieta, por supuesto, no se quedó atrás. En mitad de la alberca, una y otra vez ensayó con el abuelo un acto de equilibrio. Él, poniendo las plantas de los pies de ella sobre sus palmas, buscaba que la beba encontrara suficiente apoyo para mantenerse de pie. Tras varios intentos y entre risas cuando no lo lograban, finalmente la vimos erguida y parada sobre las manos de su abuelo que seguía los movimientos cuando la nenita dudaba para que lograra mantenerse en pie. ¡Que mágicos parecieron esos breves instantes en los que, con brazos extendidos, abuelo y nieta celebraban su triunfo sobre la gravedad!
No pude evitar, mientras disfrutaba de ese momento de triunfo compartido, sumarles años a mis nietos. ¿Qué pasará cuando en su vida tengan eventos que los hagan dudar o trastabillar en sus convicciones y valores? ¿Podremos nosotros, sus abuelos, ofrecer nuestras palmas para sostenerlos y equilibrarlos como ahora? ¿Lograremos con nuestros aplausos, aprobación y aliento fincar la relación para sembrarles la confianza necesaria y que escuchen nuestros consejos y advertencias?
Aunque parece que aún falta mucho tiempo para eso, por lo pronto, seguiremos arando nuestros momentos juntos con una convivencia amorosa y aceptante, hasta convertirla en tierra fértil para ir sembrando, día a día, semillitas de confianza para los pasajes de inevitable turbulencia.

"Sin mentir"

¿De dónde viene el mar, Gramma?, preguntó mi pequeño nieto de 5 años quien, por primera vez, vivía la experiencia de estar parado junto al mar alborotado por el viento fuerte.
Además de la ternura que me hizo sentir, me vi forzada a pensar rápidamente mi respuesta. No quería que mis palabras lo defraudaran o rompieran el toque de inocencia que lo hace tan especial pero, sobre todo, que me llevaran a mentir.
“Dios lo puso ahí cuando hizo el mundo”, respondí, “es como una enorme piscina y tiene pedazos de tierra donde nosotros vivimos”. Antes de completar mi explicación, mi pequeño corrió de vuelta hacia la orilla donde terminaba de acariciar las olas.
Mi mente se quedó entretenida con un pensamiento: ¿Cómo aprender a responder las preguntas de mis nietos a tiempo, correctamente y siempre, en honor a la verdad sin que con ello los desaliente o los hiera? Porque, es innegable, su circunstancia de vida ha cambiado y eso les traerá preguntas y, siendo una persona de influencia para ellos, mis contestaciones podrían cambiar su visión de la vida y confianza en Dios y la gente.
¡Qué reto será matizar las respuestas difíciles sin mentir! Porque, vivo en la conciencia de que, la mentira, es uno de los cánceres más dañinos y agresivos de nuestro tiempo.
Tras mucho pensarlo, llegué a una simple conclusión: echar mano del amor al momento de hablar para responder y, si alguna emoción fuera de lugar o duda parecen contaminar mi respuesta, aprender a callar. Mi fe me enseña que, por sobre todas las cosas, Dios me pide que actúe en amor y, no heredar malos sentimientos o falsedad, es un dictamen de ese amor.
Un suspiro me confirmó que mi reflexión iba por el camino correcto y reposé en paz mientras disfrutaba del océano, que esa tarde, Dios había puesto en esta Tierra especialmente para el deleite de mi hija, mis sobrinos y mis amadísimos nietos.