
Me vino a la memoria la escena de una mujer a quien por casualidad sorprendí con su nieta. Los gritos y palabras agresivas se escuchaban hasta el ascensor que apenas llegaba al piso. Evitando involucrarme, de soslayo alcancé a ver los ojos húmedos de la pequeña de alrededor de 8 años que, avergonzados, se clavaban en la alfombra.
La susodicha abuela estaba a cargo de la pequeña por las tardes mientras su madre salía del trabajo y descargaba sobre ella un enojo que no empataba con la imagen de la secretaria amable que yo conocía. ¡Qué triste recuerdo será esa abuela para la chiquilla!

Empiezo a pensar que todo el “glamour” de ser abuela y del que he escrito, depende de la decisión personal de hacerlo amorosamente, pues es una relación tan susceptible a las pasiones y errores humanos como cualquier otra.
Ojalá y todas las abuelas del mundo comprendieran el valor de su rol en la vida de los niños, la responsabilidad que tienen y la increíble oportunidad que tienen en las manos para, con su amor e influencia, participar en el surgimiento de un ser humano íntegro y fuerte.
¡Oremos hoy por las abuelas!
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