martes, 24 de mayo de 2011

"Unicos"

“¡Tú estás lista para ser hija única y terminas aterrizando en una familia de ocho hijos!”, bromeó mi primo y solté la carcajada. En algo tenía razón. Cuando niña, me gustaba pensar que, de haber sido hija única, cada una de mis manos podría sujetar la de cada uno de mis padres y secuestrar toda su atención para que me escucharan, vieran y atendieran sólo a mí. Pero, muy lejos de eso, crecí caminando como entre un pequeño rebaño frente a ellos con su mirada vigilante a mis espaldas.
Cuando finalmente tuve a mis hijos, con 8 años entre sus nacimientos, pude cuidarlos y atenderlos como hijos únicos. Pero, ahora como abuela, el reto es titánico. Mis nietos son tan cercanos en edad que su demanda de atención es igualmente fuerte e insistente.
Para complicarlo un poco más, son varón y mujercita, y sus necesidades, gustos, juegos, ánimos y actitudes son totalmente distintos. Son, en resumen, ¡únicos!
Al nacer mi nieta pensé que, con mi experiencia previa, todo sería más sencillo. Pero, ¡sorpresa! Mi aprendizaje de poco sirvió al toparme con una pequeñita de carácter determinante y sentido de independencia sublevado. Mi regazo, que había aprendido a acurrucar con paciencia y ternura, no le daba suficiente espacio para sus aventuras y osadías.
Después de intentar con mi nieta los juegos que entretenían por horas a mi nieto y terminar sentada en el suelo sin más compañía que los juguetes, comprendí que debía aprender tácticas nuevas. Y comencé a ensayar como un mago, transformándome de mecedora para mi nieto a exploradora para mi nieta; de arquitecto de lego para él a cantante infantil para ella; de cinéfila a maniquí probador de esmalte de uñas.
Dos años y medio desde la llegada de mi nieta, descubro facetas en mí totalmente desconocidas y el poder del camaleón para transformarme según la necesidad de mis pequeñitos.
Qué trabajo más difícil pero. . . ¡Qué fascinante es ser abuela!

No hay comentarios:

Publicar un comentario