miércoles, 8 de junio de 2011

"Tornados"

 La impotencia es uno de los sentimientos que me generan, tal vez, la mayor gama de emociones y muchas de ellas, pueden llevarme al extremo de paralizarme o cegarme impidiéndome ver más allá de la circunstancia.
¿Qué pensarían mis dos pequeños nietos si me vieran cerrar la puerta de la regadera para resguardar al mundo de mis alaridos de rabia y mi llanto de frustración? Probablemente no comprenderían que, Gramma, también puede sentirse atrapada y enojada. Tal vez por eso que me alejo de ellos cuando estoy en medio de un tornado emocional aunque, hoy descubrí, tal vez no sea el mejor remedio.
Después de vivir una mañana en donde saltaba de malas noticias a intentos fallidos para resolver situaciones, a mitad del día, me encontré con mis nietos. Las manitas agitándose a través de la ventana de la camioneta para hacerme notar su llegada, más que un saludo, parecían moverse para despejar la nube de pesadumbre que llevaba instalada sobre mi cabeza.
Cuando mi nieta sonrió marcándose dos hoyuelos en sus mejillas, pude sentir como el sol lograba traspasar la barrera de malestar que envolvía mi corazón. Y la voz de mi nieto anunciándome sus planes fue como el repique de suaves campanitas llamando al amanecer. ¿Dónde pueden esconder esas dos personitas tanta luz y alegría?
En cuanto desaparecieron para ir a sus clases y actividades, la cortina del desasosiego volvió a desplegarse y la tarde sólo se me antojaba en solitario. ¿Quién quiere estar junto a un corazón apesadumbrado? Pero, para variar, los planes siguieron el rumbo que marcaron dos pares de piecitos y, sin darme cuenta, cada una de mis manos fue secuestrada por una manita a cada lado, decididas a tomar el control del día.
Unos minutos bastaron para que, tumbados los tres sobre la hamaca, contempláramos las formas de las nubes, cantáramos nuestras canciones favoritas y nos riéramos al sonar del tambor en que los chiquitines convirtieron mi barriga. Juguitos, chocolates y carcajadas acompañaron nuestro atardecer. Una clase de baile saltando a ritmo de “La Yenka”, el estreno del set de jardín de “Toy Story” y más cantos apresuraron el paso de los minutos. Tarea, juegos de tina con burbujas, merienditas y, por supuesto, más sesiones de canto, llegaron al final del día.
La despedida, después de orar juntos para dar gracias a Dios, nos dejó a todos convencidos de que había sido un día maravilloso.
Como en muchos lugares, es tiempo de tornados. Hoy pasó uno por mi casa, la Toscana dejando juguetes, envolturas de dulces, papeles recortados y toallas húmedas regados por doquier. Miro mi pequeño desastre convencida de que, no hay mejor remedio para el mal en el mundo que la inocencia de un par de niños, mis nietos.
Y, ¿qué pasó con el mal día? No lo sé, creo que también ¡se lo llevó el tornado!

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