jueves, 7 de julio de 2011

"Acompañar"

Tus ojos grandes se abrieron aún más y pude escuchar como tu respiración se agitó. . .
Creo que había olvidado lo que significa tener el corazón inocente y sensible.
A lo largo de la película, tus preguntas no dejaban de surgir en tu intento por comprender: ¿Por qué la mujer quiere ser la más hermosa? ¿Por qué el espejo le dijo dónde estaba Blanca Nieves? ¿Para qué se hizo fea si era bonita la reina? ¿Por qué Gruñón se enoja tanto? ¿Por qué no quiere la reina a Blanca Nieves si limpia la casa de los enanos?
¡Inocencia, divino tesoro! ¿Cómo hablarte de la envidia y la maldad a tus cinco años, mi niño? ¿Acaso podrías entender las pasiones perversas que encierra el corazón humano? ¿Podré responder con honestidad, algún día, sin sembrar temor y resentimiento contra la humanidad?
La escena final captó tus emociones y tus ojitos, muy abiertos, se humedecieron. La maldad, ante tus propios ojos, había vencido a la inocente Blanca Nieves y jalaste aire para atreverte a continuar. Con una rápida mirada buscaste mi apoyo.
“¿Quieres sentarte sobre mis piernas, mi cielo?”, te pregunté y, sin recibir respuesta, te vi mudarte rápidamente a mi regazo y te apretaste contra mi pecho. Mis brazos te acunaron y tu corazoncito me confirmó que el dolor de aquellos 7 hombrecitos lo estaba estrujando, también.
“Espera al final, mi niño, todo va a estar bien”, te susurré al oído. Tu cabecita asintió pero tu mirada no dejó de ver a la pantalla. Te removiste para quedar más adentro de mi abrazo como protegiéndote en una madriguera.
Afortunadamente, el príncipe apareció y anticipándote, levantaste tu carita para sonreírme. Comenzaste a creerme y tu espaldita se relajó. Ambos sonreímos cuando Feliz descubrió que Blanca Nieves se estiraba despertando del letal sueño. El final feliz llegó y, nuevamente, respiraste en paz.
Pienso en ti, nieto de mi alma y las alas de mi corazón se agitan buscando abrigarte. Pero, no me engaño. Hoy tienes cinco años y aún buscas refugio entre mis brazos. Escuchas mis palabras que te develan un buen final y las crees. Surgen dudas y esperas mis respuestas.
Llegará el día en que tus preguntas surgirán de tu propia vida y la maldad de la gente será real. Y sé que, tal vez, ya no podré asegurarte un buen augurio pues no podré hacer más que, como hoy. . . acompañarte.

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